El fotógrafo sueco Magnus Wennman, ganador de dos premios World Press Photo y ganador cuatro veces del galardón al mejor Fotógrafo del Año en Suecia, ha compartido la dureza de las condiciones de vida a que se han visto abocados los refugiados de conflictos bélicos en su éxodo hacía Europa.
La guerra en Siria, que se prolonga durante casi cinco años, ha provocado la huida de más de dos millones de niños. Han dejado atrás a sus amigos, sus hogares, sus juguetes y también sus camas.
En una reciente entrevista para la CNN, Wennman dijo que este conflicto puede ser difícil de entender para la gente, pero no es difícil de entender que los niños necesitan un lugar seguro donde descansar.
"Han perdido algo de esperanza", añadió Wennman. "Aun así se necesita mucho para que un niño deje de ser un niño y no intente divertirse, incluso en el peor lugar del mundo."
Lamar, 5 años
Horgos, Serbia. Abandonó su casa en Baghdad. A menudo habla de sus muñecas, su pelota y su tren de juguete. Por suerte, la bomba que destruyó su casa les cogió comprando comida. Ya no podían vivir allí. Tras dos intentos de cruzar el mar desde Turquía en una barca de goma, llegaron a la frontera húngara. Ahora Lamar duerme en el bosque, congelada, asustada y triste.
Mahdi. 1 año y medio
Horgos/Röszke. Serbia. Solo ha conocido la guerra. Duerme a pesar de los cientos de refugiados que se mueven a su alrededor. Protesta por que ya no se siente capaz de seguir viajando a través de Hungría. Al otro lado de la frontera aguarda la policía. Tiene orden de su primer ministro, Viktor Orbán, de protegerla a toda costa. La situación es cada vez más desesperada y la policía utiliza cañones de agua y gases lacrimógenos contra los refugiados.
Abdul Karim. 17 años
Atenas. Grecia. No dispone de dinero. Invirtió sus últimos euros en el ferry a Grecia. Ahora pasa la noche con otros refugiados en la Plaza Omonoia. Aquí los contrabandistas hacen su agosto falsificando pasaportes y ofreciendo billetes de autobús. Pero Abdul no va a ninguna parte. Suele pedirte prestado el teléfono para intentar llamar a su madre en Siria. No es capaz de contarle lo mal que están las cosas. "Llora y tiene miedo por mi, pero no quiero preocuparla más". "Sueño con dos cosas: dormir en una cama y abrazar a mi hermana pequeña".
Ahmad. 7 años
Horgos/Röszke. Dormía cuando la bomba cayó en su casa de Idlib. La metralla le golpeó en la cabeza pero, afortunadamente, sobrevivió. Su hermano mayor no lo hizo. Se vieron obligados a huir. Ahora Ahmad convive con miles de refugiados que se agolpan en la carretera que conduce a la frontera húngara. Es el día 16 desde su huida. Su familia y él han dormido en estaciones de autobús, en la carretera, en el bosque...
Shehd. 7 años.
A Shehd le encanta dibujar. Últimamente, todos sus dibujos tienen relación con las armas y la guerra. "Ha estado viéndolo todo el tiempo. Por todas partes", explica su madre, mientras Shehd duerme en la carretera junto a la frontera con Hungría. Ahora no puede dibujar. No tiene papel ni lápices de colores. Juega más bien poco. La huida ha obligado a los niños a compartir con los adultos la preocupación de todo lo que sucede. La familia ha tenido dificultad para conseguir alimentos. Algunos días se han tenido que conformar con las manzanas que han cogido de los árboles a lo largo de la carretera. De haber conocido las dificultades con las que iban a encontrar, tal vez se habrían arriesgado a quedarse en Siria.
Sham. 1 año
Roszke. Horgos. Junto a la frontera entre Serbia y Hungría, tras un portalón de hierro, Sham descansa en los brazos de su madre. A pocos metros se encuentra la ansiada Europa que tan desesperadamente tratan de alcanzar. Solo unos días antes partieron los últimos trenes hacia Austria. Pero Sham y su madre llegaron tarde, junto a otros miles de refugiados que permanecen tras una frontera cerrada.
Abdullah. 5 años.
Belgrado. Serbia. Abdullah tiene una enfermedad en la sangre. En los últimos días ha estado durmiendo en los alrededores de la Estación Central de Belgrado. Pudo ver como murió su hermana en su casa en Daraa. "Todavía está en estado de shock y tiene pesadillas todas las noches", dice su madre. Está enfermo y cansado, pero no tienen dinero para pagar los medicamentos que necesita.
Juliana. 2 años.
Horgos, Serbia. A 34ºC las moscas no paran de incordiar. Mientras duerme, Juliana se mueve inquieta. Su familia ha estado caminando durante más de dos días a través de Serbia. Hace ya tres meses que comenzaron su huida. Estamos a finales de agosto y la frontera con Hungría está cerrada. Están desplegando alambre de espino. Durante unos pocos días, el paso de Horgos estará abierto. Tan pronto como llegue la noche, la familia de Juliana intentará atravesarlo.
Ahmed. 6 años
Horgos, Serbia. Pasada la medianoche, Ahmed se queda dormido sobre la hierba. Los adultos siguen planeando como atravesar Hungría sin documentación. A sus 6 años, Ahmed camina transportando una bolsa con sus cosas. "Es valiente y solo llora algunas noches" dice su tío, que se ha encargado de su cuidado. Su padre fue asesinado en Deir ez-Zor, su ciudad natal, al norte de Siria.
Shiraz. 9 años
Suruc. Shiraz tenía tres meses cuando padeció una fiebre severa. Le fue diagnosticada una poliomelitis y los médicos recomendaron a sus padres no invertir demasiado dinero en medicamentos ya que no había muchas posibilidades de que sobreviviera. Luego vino la guerra. Su madre, Leila, llora cuando recuerda como la envolvió en una manta y huyó con ella hacia la frontera de Kobane con Turquía. Shiraz no puede hablar. Le han regalado una cuna de madera en el campo de refugiados.
Mohammed. 13 años.
Nizip. Le gustan los edificios. En Aleppo le gustaba pasear por la ciudad mirándolos. Ahora muchos de sus edificios favoritos han desaparecido. Acostado en la cama de un hospital se pregunta si, alguna vez, llegará a ser arquitecto. "Lo más extraño de una guerra es que uno se acostumbra a sentir miedo. No me lo hubiera imaginado nunca", dice Mohammed.
Iman. 2 años.
Azraq. Iman padece una neumonía. Es su tercer día en el hospital. Normalmente es una niña alegre. Pero ahora está cansada. "Corre por todas partes cuando se encuentra bien. Le encanta jugar con la arena", dice su madre Olah de 19 años.
Gulistan. 6 años.
Suruc. Hay una gran diferencia entre cerrar los ojos y dormir, como sabe Gulistan a sus 6 años. Prefiere cerrar los ojos y fingir, ya que cuando se duerme aparecen las pesadillas. "No quiero dormir aquí. Quiero dormir en mi casa". Echa de menos la almohada que tenía en Kobane. Ahora, a veces. usa a su madre como almohada.
Tamam. 5 años.
Azraq. Tiene miedo de su almohada. Llora todas las noches antes de acostarse. Los ataques aéreos en su ciudad natal de Homs se producían casi siempre por la noche y, aunque lleva fuera de su casa casi 2 años, todavía no se da cuenta de que su almohada no es la fuente del peligro.
Esra, 11 años. Esma, 8 años y Sidra, 6 años.
Majdal Anjar. Cuando Selam acuesta a sus hijos quiere tener la certeza de que están seguros y de que no serán atacados durante la noche. Lo que la entristece es que constantemente sueñan con su padre que desapareció después de haber sido secuestrado y se despiertan angustiados."A menudo sueño que papá viene y me trae dulces" dice Sidra.
Maram. 8 años.
Amman, Jordania. Maram acababa de regresar del colegio cuando el cohete cayó sobre su casa. Un trozo del techo cayó sobre ella. Su madre la llevó al hospital y de allí la trasladaron a un hospital de campaña en Jordania. Traumatismo craneal con hemorragia cerebral. Durante 11 días, Maram estuvo en coma. Ahora está consciente, pero tiene una fractura de mandíbula y no puede hablar.
Ralia, 7 años y Rahaf, 13 años.
Beirut. Son de Damasco, donde una granada mató a su madre y a su hermano. Junto a su padre han estado durmiendo en la calle durante un año. Se acurrucan en sus cajas de cartón. Rahaf dice que tienen miedo de los gamberros. Ralia empieza a llorar.
Moyad. 5 años.
Amman. Jordania. Moyad y su madre iban a comprar harina para hacer un pastel de espinacas. Cogidos de la mano caminaban hacia el mercado de Dar'a. Pasaron junto a un taxi donde se ocultaba un artefacto explosivo. La madre de Moyad falleció en el acto. El fue trasladado en helicóptero a Jordania, con metralla alojada en la cabeza, la espalda y la pelvis.
Walaa. 5 años.
Dar-El-Ias. Quiere volver a casa. Nos cuenta que tenía su propia habitación en Aleppo. Allí nunca lloraba antes de acostarse. Ahora dice que la noche es horrible. Los ataques sucedían durante la noche.
Amir. 20 meses.
Zahle Fayda. Ya nació como un refugiado. Su madre piensa que ya estaba traumatizado antes de nacer. "Amir no ha dicho nunca ni una palabra", dice su madre Shahana. En la carpa de lona donde viven ahora Amir no tiene juguetes, pero juega con todo lo que encuentra por el suelo. Se ríe mucho a pesar de que no habla.
Fara. 2 años.
Azraq. A Fara le gusta el fútbol. Su padre le hace pelotas con lo que encuentra. Todas las noches le da las buenas noches con la esperanza de que mañana tendrá una buena pelota para jugar.
Fátima. 9 años.
Norberg. Suecia. Todas las noches Fátima sueña que se cae de un barco. Junto con su madre y sus dos hermanos, Fátima huyó de Iblib, cuando el ejército sirio asesinaba a civiles sin justificación. Después de 2 años en un campamento de refugiados en Líbano la situación se hizo insoportable y se trasladaron a Libia, donde abordaron una embarcación sobrecargada. En la cubierta una mujer embarazada dio a luz bajo un sol abrasador. El bebé nació sin vida y fue arrojado por la borda. Fátima lo vio todo. Cuando la embarcación empezó a hacer aguas, fueron rescatados por los guardacostas italianos.